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Anita la huerfanita

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Nota: El siguiente relato es creación de hace algunos años pero ha sido ligeramente modificado de su versión original para darle un mejor sentido, espero lo disfruten.

Don Alfredo se encontraba en su oficina pensando en aquella preciosa niña que había llegado un día hasta su puerta. Cinco años habían pasado de aquel maravilloso suceso y tanto él como su esposa le habían dado amparo. A lo largo del tiempo tanto su esposa como él se habían encariñado tanto que pensaron en adoptarla pero la niña ahora se había convertido en una linda joven mayor de edad y sería algo inadecuado a juicio de los dos. Sin más remedio, ambos, habían convenido en cuidar de la dulce Anita la huerfanita como solían llamarle de cariño. Pero ahora, Don Alfredo no podía dejar de ser una víctima más de los encantos de Anita que le resultaba sumamente provocativa. Llevaba más de media hora en su oficina intentando decidir hacer o no hacer algo de lo que estaba seguro cambiaría el rumbo de su vida para siempre. Había recibido varias llamadas en su celular pero a ninguna quiso contestar. Incluso una era de su esposa pero no contesto porque todo era parte del plan a seguir si se decidía actuar ese mismo día. En eso entró su secretaria:

Ya todo esta listo señor. Un amigo mío llamó a su esposa diciéndole lo que usted me había dicho que le dijera.- le dijo la secretaria- su esposa acaba de hablar pidiendo que usted le llame en cuanto llegue a su casa así que al parecer todo ha salido como acordamos.

Gracias Juanita- le dijo Don Alfredo y sin pensarlo dos veces supo que el plan había iniciado a la perfección y ahora lo único que tenía que hacer era decidirse a llevar acabo el plan. Tras pensarlo unos segundos más se dijo a sí mismo-No puedo más... debo hacerlo hoy o no se que pasara conmigo- se puso de pie y salió de su oficina decidido a llevar acabo su plan.

Momentos antes:

Anita estaba en su habitación, disfrutando al fin de un dulce descanso en el trabajo. Ya había terminado sus labores, todo estaba organizado y Don Alfredo, su patrón, llegaría en unas 2 o 3 horas a más tardar.


Marta, esposa de Don Alfredo, se había marchado de urgencia y se había llevado a su único hijo, con ella. A Don Arturo, su padre, le había dado un ataque al corazón y estaba muy malo así que tras darle indicaciones a Anita, se marchó:


Anita, cariño – le había dicho antes de marcharse – me voy para el aeropuerto corriendo y me llevo al niño. Mi padre está muy malo. Intenté llamar a mi marido pero estaba en una reunión y ya sabes que nunca contesta el celular en esos casos. Aún así, le dejé un recado a su secretaria pero ya ves como es ella; siempre se le olvida pasarle mis recados. Dile a mi marido que me llame en cuanto llegue. A esa hora, seguro que ya estoy por llegar casa de mis padres.


No se preocupe, señora. Espero que su papá se mejore y si necesita algo, me llama, Lo que sea, Doña Marta… para eso estoy.


Gracias, Anita, eres un cielo hija. – Le dijo la señora. – No sé qué haríamos sin ti, eres como una bendición para la familia.


Mientras descansaba un rato, recordaba los casi 5 años que llevaba trabajando en casa de Don Alfredo Bandini. Los patrones eran buenísimos con ella, le pagaban generosamente, tenía seguridad social, buenos seguros médico y de accidentes, le respetaban sus días libres, tenía un mes de vacaciones al año que nunca las aprovechaba porque vivir con la familia era como estar de vacaciones siempre.

Su habitación era amplia, con aire acondicionado, tenía un baño privado, tele, Internet inalámbrico, Don Alfredo le había regalado un ordenador portátil que ya no usaba pero que estaba muy bien… en pocas palabras vivía como si fuera hija de los señores. ¡Todo le parecía un sueño hecho realidad! Bendita la hora en que llegue a este hogar!- se repetía la chica cada mañana al despertar.


Al llegar a la casa Doña Marta le había explicado que cuando una empleada está contenta no suele dar problemas, que no quería andar cambiando de empleada cada año y ella le contestó que haría todo para que no tuvieran que cambiarla.

Anita – le había dicho un día Martha, casi dos años después de su llegada – Estamos muy contentos contigo. Hoy en día no se encuentra gente cómo tú. Eres una persona de confianza y una amiga. Por eso te damos todas estas condiciones. Te queremos con nosotros. A ti, te puedo dejar mi hijo muy tranquila cuando hace falta y eso no tiene precio. Y tú… ¿Estás contenta? – Anita la miró muy agradecida. – Muy contenta, señora. Me parece un sueño lo de tener un trabajo así, con personas cómo son ustedes.


Anita tenía 19 años, gracias al apoyo que le daba la familia, sobre todo don Alfredo que la veía como la hija que nunca tuvo, era bastante culta, incluso hablaba muy bien inglés, lo que venía muy bien a la casa, porque Don Alfredo recibía muchas llamadas de gente extrajera, debido a sus negocios y su esposa no sabía ni decir hola en inglés. Había completado el bachiller superior, tenía el tercer año de inglés de la escuela oficial de idiomas, pero aunque don Alfredo le ofreció dinero para irse a la universidad ella no acepto pues de cierta forma se había encariñado tanto con la familia que ahora los veía como los padres que nunca tuvo. Usando las facilidades de Internet que tenía en casa de Don Alfredo perfeccionó muchísimo su nivel de inglés. Además, era una chica muy guapa.


Don Alfredo era hijo de padres italianos, tenía cuarenta y ocho años, Anita lo veía guapísimo y muy distinguido; era como su súper héroe. Hablaba poco con ella pero era muy simpático y amable cuando lo hacía.


La mujer de Don Alfredo tenía treinta y ocho años de edad. Estaba muy bien físicamente y con Anita era casi una madre. A veces le pedía que fuera de compras con ella. Siempre le compraba algo y de buena calidad.


Tenían un niño de cuatro años, Jaime, que adoraba a Anita y ella a él también.


El timbre la despertó de sus pensamientos.


Hola, D. Alfredo. ¿Qué tal?


Hola, Anita. ¿Qué sabes de Doña Marta? Le dejó un recado a mi secretaria para mí…


Es que le llamaron del hospital diciendo que su papá se puso malo y la señora tuvo que salir de urgencia con Jaimito. Pidió que usted la llamara en cuanto llegara a casa.


Esta bien Anita. Lo haré enseguida. Ahora siéntate aquí, que quiero hablar contigo. – La miraba de una forma extraña, que la hizo sentirse incómoda.- nunca antes la había mirado así Don Alfredo por lo que pensó que tal vez había hecho algo malo.


Hablar conmigo… en seguida D. Alfredo. – Se sentó en el sofá junto a él, a una distancia prudencial. Él se acercó a ella y le hizo una caricia en el pelo.


Eres muy guapa, Anita… - Ella se quedó de piedra.


Gracias, D. Alfredo, es usted muy amable… ahora si me lo permite, me retiro. Tengo unas cosas que hacer en la cocina y…


No. Espera un poquito. – Le acarició el pelo, después el cuello y de dio un beso en la cara, casi en los labios.


D. Alfredo… por favor, no me haga eso… ¡No puedo!


Esta bien niña como tú digas pero por ahora... – Se alejó de ella y cogió el móvil. – Quédate aquí mientras llamo a Doña Marta. Quiero que escuches la conversación. – Anita estaba más muerta que viva. No se movió. No sabía qué hacer. Se sentía perdida, indefensa, vulnerable...


¿Marta? Hola cariño, ¿Cómo está tu padre? Si… entiendo. Reposo, nada de tabaco… En verdad espero que se recupere. Ahora escúchame bien, que lo que te voy a decir es muy grave. ¿Confiabas en Ana, verdad? Mira… cuando llegué a casa, me recibió con la blusa medio abierta, sin sujetador, un pezón medio fuera y me dijo que me iba a cuidar muy bien en tu ausencia. ¿Increíble, verdad? Lo se cariño, yo también la quería como a una hija. Mira, ya le dije que tenía media hora para coger sus cosas y ponerse en la calle y la voy a denunciar. ¿Qué no es posible? No dudes de lo que te estoy diciendo. Yo mismo lo estaba viviendo y no me lo creía. La vida a veces nos da sorpresas. Parecía una cosa… y mira lo que es. Lo raro es que nos haya podido engañar tanto tiempo. A continuación le voy a llamar a Ángel Gómez para que le ponga una querella. Te llamo más tarde. Un beso, cariño.


Anita empezó a llorar. ¡Qué infamia! – Pensó – Dios mío… ¿Y ahora qué hago? Me voy a ir a la cárcel… D. Ángel, ese maldito abogado es diabólico… me va a hundir. No pierde un juicio y a una chica indefensa cómo yo… me va a aplastar.


¡Anita! – Ella lo miraba llorando. – Esta llamada fue simulada.


¿De veras? Pero yo no hice nada… ¿Por qué me hace una cosa así?


Sí de veras, pero si la hago, ¿te imaginas lo qué se te viene encima? No quiero hacerte daño. Solo quiero que la pasemos bien los dos, te voy a dar un dinero extra todos los meses sin que Marta se entere…


Por favor, D. Alfredo… soy una chica seria, no podría hacerle eso a Doña Marta. Y con lo que cobro tengo lo suficiente.


¿Si lo hicieras, se lo contarías?


Por supuesto que no… para no disgustarla, pero no quiero hacerlo. ¿Cómo podría yo traicionarla, con lo buena que es conmigo?


Mira, cariño, yo tampoco se lo voy a contar y se suele decir en mi pueblo: Ojos que no ven, corazón que no siente. Ahora mírame a los ojos y dime: ¿Te gusto, verdad? Contéstame la verdad.


Señor… no me pregunte esas cosas… yo a usted lo veo como un padre...


Y yo te veo como a una hija... pero no por eso voy a dejar de verdad tus encantos o si? Dime la verdad! Contéstame con la verdad y mírame a los ojos. Te gusto? – Su expresión era asustadora y su voz era cortante.


Anita estaba aterrorizada. Le dijo la verdad. No se atrevía a mentirle.


Es usted un señor muy guapo y muy atractivo, pero no puedo… comprenda que no puedo, yo lo veo como a un padre...por dios no me haga esto.

Claro que puedes. Y aunque me veas como a un padre pues... no lo soy o si? Además te va a gustar mucho, cuando te relajes. – Se acercó, la atrajo hacia a él y la besó en los labios.


Anita se resistió, pero a los pocos segundos fue cediendo y lo dejó introducirle la lengua. Sin embargo, no correspondió. Después, sintió cómo él le desabrochaba la blusa. No fue capaz de reaccionar. De repente se dio cuenta que ya no tenía la blusa ni el sujetador. No quería ceder, pero estaba paralizada. Todo había sido muy rápido.


Eres aún más linda que lo que yo me creía, Anita. – Bajó la cabeza y le empezó a chupar un pezón. Anita se quedó horrorizada. Quería controlarse, pero los pezones se le pusieron durísimos. Se sintió muy mojada entre las piernas. Estaba excitadísima y se dio cuenta que deseaba a ese monstruo que estaba violando su intimidad. No quería hacerlo, pero no lograba controlarse. Luchaba consigo misma y perdía la lucha. Ese hombre la tenía controlada y lo sabía… ya no era dueña de sí misma.


¡Linda niña! ¿Te gusta, verdad?


Yo… por favor… no siga…


¿Te gusta? – Casi le gritó.


Si… oh, dios mío… ¡Me odio! Déjeme, señor, no se aproveche más de mi debilidad.


Alfredo entonces la besó en los labios y esta vez Anita correspondió. Sus lenguas se mezclaban, se saboreaban. Alfredo le acariciaba los pezones de una forma tan especial, que la hizo perder lo poco que le quedaba de control. Después le introdujo la mano por debajo de la falda y se dio cuenta que ella tenía la bragas muy mojadas. Le acarició el coñito por encima de las bragas y sintió que su clítoris era grande y estaba durísimo. De repente Ana tuvo un fortísimo orgasmo que no pudo evitar.


Aaaahhhhhh… Ooooohhhh… Si… Ohhh…


Ya sabía que eras una loba, cariño. ¡Hoy lo he comprobado! Ahora descansa un poquito. Estírate aquí en el sofá y pon la cabecita en mis piernas. Ahora si… llamo en a mi mujer y te va a gustar lo que vas a oír.


¿Puedo irme?


¡No! Haz lo que te digo, niña. – Anita obedeció. Sentía por este hombre una mezcla de atracción y miedo a la vez. No tenía fuerzas para desobedecerle.


Alfredo marcó el número de casa de sus suegros desde el teléfono que tenía en la mesita junto al sofá. Le acariciaba el pelo, el cuello y los pechos desnudos. Ella estaba muy calmada y relajada ahora. Disfrutaba de las caricias mientras intentaba no pensar en nada.


¡Hola, mi amor! – Qué cínico es, pensaba Anita. - ¿Cómo está tu padre? No me digas… quien podría jugar una broma así...Si, cariño. La chica me lo dijo… mira, le dije a Anita que me hiciera un café y la dejé salir a comprar un mandado… No, no me pidió nada. Es muy comedida. Lo que pasa es que me imagino que para ella no debe ser nada agradable estar aquí en casa sola conmigo… No, nada. No me dijo nada. Lo del mandado fue idea mía... entonces te quieres quedar una semana?... si por mi no hay problema, esta bien que aproveches a tus padres, tiene mucho que no los ves... Mira, quédate ahí, y yo te voy a recoger el domingo y de paso ya veo a tus padres. No te preocupes por Ana ya ves que esa niña duerme casi todo el tiempo... Un besito, mi amor. Te llamo esta noche a tu móvil. Te echo de menos. ¡Te quiero!


Don Alfredo… ¿Le puedo preguntar algo sin que usted se enfade?


Claro que si, cariño.


¿Cómo puede usted hablar con tanto cinismo a Doña Marta?


No es cinismo. La quiero mucho. Pero tu sabes… yo como hombre necesito disfrutar de mujeres lindas como tu de vez en cuando. Es cómo un tónico sexual. No te das cuenta, pero le estás haciendo un gran favor mi mujer. Ella no se entera, por lo tanto no sufre. Con tu juventud a mi lado yo me siento rejuvenecido y nuestra vida sexual se mejora.


A ti te voy a dar mucho placer, cómo verás. Te doy un dinerito extra sin que nadie se entere y así disfrutas de una forma muy provechosa.


¿Y usted no se da cuenta que eso me convierte en una prostituta?


Ni hablar, cariño. No te voy a alquilar. Tú me haces sentir bien y yo te pago por el tiempo que me dedicas. Verás… Te voy a duplicar el sueldo. Todos los meses te doy ese dinero en mano y tú lo ingresas inmediatamente en tu cuenta. No quiero que mi mujer se dé cuenta de que andas con tanto dinero… por si las moscas. ¿Trato hecho?


No lo se, D. Alfredo… no sé qué decirle. Estoy tan nerviosa… - Alfredo le quitó la falda y las braguitas.


Hmmm… Qué mojadita estás. – La sala se quedó impregnada con el aroma de sus jugos vaginales. – No me vas a querer convencer que no estás loca de deseo…


Por favor, D. Alfredo… ¡Estoy tan descolocada!


Alfredo cogió las braguitas de Anita, las llevó a la cara y las olió profundamente. Después metió en la boca la zona que estaba mojada. Ella lo observó asustada, pero muy excitada a la vez. Se odiaba por eso, pero no controlaba el fuerte deseo que sentía por D. Alfredo.


Eres deliciosa, Anita. Y lo deseas tanto como yo. ¿Lo niegas?


Desgraciadamente… no lo puedo negar, señor. ¡Me odio! Me odio por eso.


Alfredo lentamente la cogió en brazos y la llevó a su habitación. La puso sobre la cama, le abrió las piernas y se arrodilló en el suelo entre ellas. Anita tenía el vello casi completamente afeitado. Solo tenía un pequeño mechón, rubito como su pelo, en el monte de Venus.


No te esperaba rasuradita, cariño. – Anita se puso muy colorada.


No sé qué decir... – Alfredo se echó a reír.


Me gusta mucho. No tienes porque quedarte callada. ¿Quién te la depila?


Yo misma, señor.


¡Imposible! Dime la verdad.


Por favor, D. Alfredo, no me obligue…


Quiero que me lo cuentes. No se lo voy a decir a nadie, pero lo quiero saber todo.


Mi amiga Leo, chica que conocí en las clases de inglés.


¿Y tú a ella? – Anita se quedó callada y muy colorada.


También se lo hago, pero… solo eso… D. Alfredo, no vaya a pensar nada raro.


¿Cuándo lo hiciste por primera vez?


Fue cuando vino una vez a estudiar inglés. Ella sabía que yo solía afeitarme y se ofreció… todo empezó como un juego... – Alfredo soltó una carcajada.


Ella te come ese lindo coñito… ¡y no la critico!


¡No, señor! Ni lo piense…


Ella no tiene novio, ¿verdad?


Si, es verdad… ¿Usted cómo lo sabe?


Intuyo que no quiere ver a ningún hombre ni en pintura. Es típico de las lesbianas. Te ha visto hundida, te apoyó moralmente, empezó por depilarte, te comió enterita y tú que no eres lesbiana, te dejaste llevar. Con el tiempo te has hecho bisexual. No tiene ningún mal, no sé porque te avergüenzas. ¿Es cierto o no es cierto lo que te dije? – Anita clavó los ojos en el suelo. Este hombre tenía capacidades adivinatorias o conocía demasiado bien a las mujeres.


Así ocurrió… ¿Cómo lo sabe?


Es una cosa tan vieja como la humanidad. Las mujeres, aunque no lo admitan, son casi todas bisexuales o lesbianas. Algunas cómo tu, tienen la felicidad de descubrirlo y otras viven toda la vida sin conocerse. No te preocupes, que es normalísimo.


¿Doña Marta también…? Perdóneme… no tenía que… – Él la interrumpió.


No te preocupes. Doña Marta no quiere admitirlo. Dale un poco de tiempo. Puede que entre los dos la hagamos cambiar de opinión. – Anita no sabía lo que contestar, así que se quedó callada. Bien en el fondo, la idea le parecía excitante y atractiva. Sería perfecto y le quitaría todos sus complejos de traición y de culpa. Y además Doña Marta era una linda mujer. Le encantaría hacer el amor con ella. Ahora se daba cuenta de que inconscientemente la deseaba desde que comenzó su relación lésbica con Leo.


Alfredo la observó. Tenía una vulva muy carnosa con los pequeños labios prominentes y el clítoris muy desarrollado. Alfredo estaba asombrado. ¡Qué coño tan bonito! Le pasó la lengua entre los labios desde abajo hasta un el clítoris, sin llegar tocarlo. Estaba mojadísima. Parecía que tenía clara de huevo en gran cantidad y al contacto con su lengua, ese flujo aumentó. Sabía divinamente.


Aaaahhhhhh… D. Alfredo… ¿Qué me hace? Ohhh…


Te como… te bebo… te haré todo lo qué te guste. Tu placer será mi placer.


Después le lamió las ingles, muy despacio, tocándole de vez en cuando en la parte externa de los labios. Su flujo continuaba a fluir y él se lo bebía. ¡Delicioso! – Pensaba.


¿Te gusta, cariño?


Ohhh… ¡Sí! Que puta soy, dios mío… ¡Me odio! Pero es tan bueno…


Alfredo subió un poco y la besó en los labios. Esta vez ella lo abrazó y sus lenguas se mezclaban en un baile erótico delicioso. Estaban los dos en el cielo.


Estoy loca… ¿Qué me ha hecho? D. Alfredo… ya no vuelvo a ser la misma… me ha desgraciado. Y lo peor de todo es que me encanta.


Alfredo no le contestó. Se bajó de nuevo a ese santuario de erotismo y de pasión. Le introdujo la lengua en la vagina, tan profundamente cuanto pudo, tragó todo el flujo que estaba acumulado y después, lentamente fue subiendo, le lamió el orificio de la uretra, lo que la dejó loca. Se asomaba al clítoris, pero sin llegar a tocarlo.


¡Más arriba! No me haga implorárselo, D. Alfredo…


¡Lo sabía! Tardaste, pero me lo pediste. Así me gustas… sincera, caliente y cooperante.

Alfredo metió toda esa carne en la boca. Los pequeños labios, que de pequeños no tenían nada, el durísimo clítoris, ya erecto y fuera del capuchón y la fue chupando dejando la punta de la lengua en un duelo implacable con el clítoris. Tendría como mínimo unos doce milímetros. Era anormalmente grande, como le gustaba a Alfredo.


Aaaahhhhhh… Ohhh… Más fuerte, cariño mío… cómeme toda… ¡Todaaaaa! – Anita explotaba en un incontrolable y violento orgasmo. – Sigue… Ya todo me da igual. Soy una puta, pero ya nada me importa. Fóllame toda. Métemela toda. Te quiero sentir encima de mí… Ohhh…


Alfredo se quitó toda la ropa y la penetró de golpe, pero sin violencia.


Ohhh, D. Alfredo… ¡Qué pene más bueno! Espere… póngase un preservativo. No quiero quedarme en estado…


No… Me voy a correr dentro de ese coñito tan bueno que tienes. No lo perdería por nada en este mundo.


¡No! No haga eso… se lo imploro. ¿Después que haría yo? – Después de una media hora de lucha y ruegos por parte de ella, Alfredo la inundó de esperma caliente.


Había sido delicioso, pero Anita lloraba desconsoladamente.

¿Por qué, D. Alfredo? Me va a terminar de destruir. Qué voy a hacer yo embarazada… En cima estoy en el período fértil. Dios mío. Soy una desgraciada. ¿Que va a decir Doña Marta?


Cálmate. Tú eres fértil, pero yo no.


¿Qué quiere decir? – Lo miraba sin comprender nada.


Después del nacimiento de Jaimito me hice una vasectomía y tengo esperma congelado en un banco de esperma de Paris, por si queremos tener más niños. Pero mientras tanto, follamos tranquilos.


¡Qué tranquila me quedo! ¿Por qué no me lo dijo antes?


Me gustó follarte en ese estado de ansiedad. Estabas deliciosa así. Tienes el coñito muy apretado. Se conoce que lo has hecho pocas veces.


Si. Solamente 2 antes de esta.


¡Qué afortunado el imbécil que te desfloro! Un tesoro cómo tu… ¿Alguna vez te lo hicieron por detrás? – Ella lo miró muy intranquila.


¿A cuatro patitas? Si, una sola vez. – De sobra sabía que estaba evitando contestar.


No. Quiero decir por el culito.


El que me desfloro quería hacérmelo, pero no lo dejé. ¡Eso si que no! Tiene que doler muchísimo. Ahí empezó nuestro problema. Al parecer la otra mujer con quien él estaba lo dejaba y a él le gusta mucho. No estará pensando…


Ya lo veremos… de momento lo dejamos así. Vamos a ducharnos.


Se metieron los dos en la ducha de la habitación de Anita.


Ella ya no se sentía inhibida. Se había hecho a la idea de ser la amante secreta de D. Alfredo, pero en ningún caso quería perjudicar a doña Marta.


Alfredo la lavaba con mucho gel y a cierta altura le introdujo el índice derecho en el ano.

No, D. Alfredo. Eso no… ¡Se lo ruego!


Alfredo la sujetaba firmemente y continuaba con los movimientos del dedo.


¿Te duele? – ella se encogió de hombros.


No… ya no, pero no me lo haga.


Sí… ¡Te lo hago! – Casi gritó. – Te quiero muy lavadita aquí. Ahora me vas a pedir que te siga metiendo el dedo en el culito. Sabes que no me puedes resistir. ¡Pídemelo!


D. Alfredo… Yo…


¡Pídemelo! – El tono con que lo dijo no admitía negativas.


Sí… D. Alfredo!. Por favor siga tocándome el culito. Quiero sentir su dedito dentro. Más dentro. Aaahhh… así… siga… más dentro. Ohhh… me gusta.


Ella le acariciaba y le lavaba el pene y los testículos con mucho cariño. Lo qué más la asustaba, era que él la tenía completamente dominada. No era capaz de rehusarle nada ni tampoco de mentirle. Era su esclava, de eso no tenía ninguna duda.


Anita, cuando estemos los dos solos dime papi...


Papi?

Si... tu solo hazlo!.


Ya en la habitación, Alfredo la mandó acostarse boca abajo. Después empezó a lamerle las orejas y el cuello. Eso la excitaba muchísimo. Después le fue lamiendo las espaldas e dándole mordiscos a la vez. Se le puso la carne de gallina. Alfredo sabía cómo ponerla a cien.

Aahhh papi… me haces tan feliz… Hace menos de dos horas te odiaba a muerte por tu chantaje… Ahora te lo agradezco todo. ¡Qué equivocada estaba papito!


Ya lo sabía, cariño. Nunca quise hacerte daño. – De repente y sin que ella lo esperara, empezó a darle un maravilloso beso negro.


Aaaahhhhhh papiii… Ohhh… ¡Qué maravilla! Qué sensación. – Alfredo puso la mano debajo de su sexo y a los pocos se quedó con ella inundada de sus jugos. Los lamió hasta la última gota.


Anita… ¿me quieres un poquito?


Papi… no lo hagas… Pobre Doña Marta. Dejemos esto así… amistad y sexo. No me hables más de amor.


Veo que te estás enamorando de mí.


Papito… no me hagas sufrir. No me digas esas cosas. Soy un ser humano. No me hables de amor. Placer y sexo. ¡Es todo! No me pidas más. Eres de Doña Marta y eso, pase lo que pase lo voy a respetar siempre.


Anita. Chúpame todo. Quiero correrme en tu boquita. ¿Me dejas?


Ella no contestó. Lo estaba deseando. Comenzó a chupar ese pene que tanto placer le había dado. Era grande y gordo. Tendría unos veinte y dos por seis cm. Cuando D. Alfredo se corrió, ella lo tragó hasta la última gota. Después, se abrazaron y se quedaron dormidos.



Dos horas después se despertaron.


Cuando Anita fue capaz de coordinar las ideas, no terminaba de asimilar todo lo que había pasado, pero se sentía relajada y feliz.


Alfredo se sentía cómo un chico joven.


Papi, estoy muy sorprendida conmigo misma y no termino de comprender. No soy capaz de rehusarte nada. Tampoco soy capaz de mentirte. Siento que me adivinas los pensamientos y te he confesado cosas inconfesables. No entiendo por qué… y eso me preocupa mucho.


Sabes, cariño. Nací en una familia muy pobre, pero tengo ciertos poderes y mucha capacidad de observación. Me hice rico por eso. Es muy difícil que no domine cualquier situación y suelo controlar a quién quiero. Nadie me puede mentir sin qué me entere. Puedo no descubrir la verdad, pero es prácticamente imposible engañarme.


¿De verdad?


Si. Tú te acostarías conmigo, mismo sin el chantaje. Eso solo me ayudó a ganar tiempo. Tú me deseas casi desde el día en que me conociste. Lo que pasa es que eres muy honesta y quieres mucho a mi mujer. Hoy descubrí que también la deseas a ella. Tendré que juntaros a las dos en la cama conmigo. – Anita estaba asombrada. Todo lo que decía era cierto.


Oh! Pero… bueno, ya no voy a decir nada. Si ella estuviera de acuerdo, me encantaría. Y realmente la deseo muchísimo… eres un hechicero. Me das miedo. ¿No tendrías celos de mí, si me acostara con tu mujer?


En absoluto. Me encantaría. Puedes intentarlo por ti misma, pero después entro yo en la danza con las dos. Y cuando no estoy en casa os podéis comer la una a la otra. Solo no quiero que mezcléis a nadie más en la fiesta, sobre todo a ningún macho, ni que nadie se entere. Otra cosa: ahora estás deseando que te folle el culito a pesar del miedo que te da.


¡Me asustas! Cómo me conoces. Hagámoslo, pero promete que no me harás daño.


Un poquito de daño tendré que hacerte, pero si haces lo que te digo, es solo un momento. Cómo cuando tu papi te desvirgó el coñito y tuviste que huir de tu casa. Vuelvo enseguida.


¡No puede ser! Debe ser el mismísimo diablo como lo supo? – Pensó.


Alfredo había salido desnudo y ahora volvía con un tubo de crema en la mano.


Te presentó el invento humando más sobresaliente. Un milagro para los culitos vírgenes… y no tan vírgenes. – Se reía. – ¡Venga! A cuatro patitas con las manitas apoyadas sobre la cama y el culito bien alto. – Ella obedeció.


¿Se lo haces a Doña Marta?


¡Claro! Lo tiene muy bueno y le encanta ser enculada. Le desvirgué el coñito y el culito cuando éramos novios. No lo quiere hacer sin este gel. – Alfredo se bajó y empezó a darle otro delicioso beso negro.


Aaaahhhhhh papi… Me matas de placer.


Él cogió un poco de gel y la empezó a penetrar de nuevo con el dedo. – Qué bueno es. – Pensaba Anita. Después le introdujo dos dedos muy despacio. Le hacía un poco de daño y ella protestó.


Espera, mi amor, para un poco por favor.

Tengo que dilatarte poco a poco. Mete tus deditos en tu coñito despacio, qué te ayuda a relajarte. Pero no te me vayas a correr ahora. Haz un poco de fuerza cómo si quisieras hacer caquita, así abres el esfínter interno, cariño.


Hmmm… Ya está mejor. La verdad es que resulta. – Dijo Anita


Alfredo untó entonces el pene con gel. Estaba durísimo y era bastante gordo. Se lo empezó a meter hasta que llegó al segundo esfínter y no entraba.


Me duele, cariño. Sácalo.


No. Lo dejo, pero sin forzar. Cuando puedas empuja tú un poquito…


Anita empezó a relajarse. Sabía que Alfredo no le quería hacer daño y eso la tranquilizaba.


¿Ves? Ya entró un poquito más. Continúa con tus deditos en tu coñito y haz fuerza para fuera. Si te duele paras, pero no lo saques. Si te sale un poco de caquita no pasa nada. Nos lavamos y continuamos después.


Aaaahhhhhh… Dios… entró, pero me duele mucho. ¡Sácalo!


No. No te muevas que ya te pasa el dolor. – Anita lo hizo y a los pocos se relajó del todo. Le fue pasando el dolor.


Ya no me duele. Me gusta. Hmmm


Ahora es el momento de sacarlo e poner más gel. – Dijo Alfredo.


Lo sacó, se puso más gel y se lo volvió a meter muy despacito.

Entró bien.


¡Qué bueno! Hmm Lo qué me estaba perdiendo. – Ella se movía para atrás y para adelante y disfrutaba muchísimo. Al poco rato, Alfredo lo sacó. – ¡No! ¿Por qué lo quitaste?


Hazme caso, cariño. Hoy es suficiente. Es una zona muy delicada y no quiero provocarte ninguna lesión. Ahora nos vamos a lavar y mañana o pasado lo haremos de nuevo. ¿Te gustó?


Me encantó, papi. – Él la conocía. A partir de ahora, sabía que ella se lo pediría muchas veces.


Claro que sí. Pero el sexo anal tiene reglas especiales: Puedes ser penetrada por adelante y luego por detrás, pero lo contrario solo después de lavarte muy bien o cambiar de preservativo. Si no respetas esta regla puedes coger colibacilos o algo por el estilo. El intestino tiene gérmenes que son dañinos para la vagina. El culito tiene que estar muy bien lavado y el recto vacío. Fue lo que estuve comprobando cuando te metí el dedo la primera vez cuando nos duchábamos. Lo mejor es hacer un enema antes.


No tenía ni idea…


Al terminar, el hombre debe orinar fuertemente antes de lavarse. O sea, hacer fuerza para que el pis salga con mucha presión. Eso elimina la mayor parte de los gérmenes. Después, ambos se deben lavar con un producto desinfectante. Cualquier jabón de higiene ginecológica es suficiente. Para hacer beso negro, el culito tiene que estar muy desinfectado también y no se puede hacer con cualquiera. El lavado pos coito anal debe ser inmediato. Nada de quedar diez minutos a relajarse. Lo ideal es hacerlo con preservativo, mismo con tu pareja, para evitar infecciones al hombre. Pero contigo y con Marta abro una excepción. Sus culitos son deliciosos y sagrados.


¿Qué es eso del esfínter interno?


Tenemos dos. El externo es controlado voluntariamente. El interno no lo controlamos. Hay que aprender a relajarse y con el tiempo se puede aprender a controlarlo parcialmente. Con el tiempo ya lo verás.


Eres una autoridad en la materia.


Es cierto. Tuve una buena maestra cuando era jovencito. La mujer de mi tío Alfredo. Además el culo es algo que me fascina desde siempre y he leído un montón de artículos al respeto. Para mi sexo sin culo no es completo. No lo hago siempre, pero es un postre de lujo que se debe tomar de vez en cuando.


¿Ya lo hiciste con hombres?


Lo de los tíos no me va. Ni lo he probado ni tengo ideas de hacerlo.


¿Y los travestís?


Bahhh… ¡Qué asco!


Bueno papi, son casi las nueve. Voy a preparar la cena, ¿quieres?


Esta bien. Tengo que terminar un informe. Me voy para mi despacho y cuando esté lista la cena me llamas y cenamos juntos. Ya después seguimos con esto... Ah por cierto, se me olvidaba decirte que hoy y todas las noches que no este mi esposa duermes conmigo

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Todo asombroso